81 AFORISMOS

Juan Antonio Rosasdo

(Publicados en el libro Entre ruinas: Poenumbras; Ed. Praxis: 2008)

La filosofía es la ingenuidad despótica ante el azar del universo.

El filósofo de nuestros tiempos no debe escribir para constituir un sistema de pensamiento, sino para ser refutado sin misericordia.

Como, bebo, luego existo... Esto prueba que Descartes tenía el estómago lleno cuando formuló su frase.

Advertencia: el idealismo del presente puede convertirse en el realismo del futuro.

Mientras Zenón de Elea pensaba en sus paradojas, una tortuga moría aplastada por el pie de Aquiles y algún pariente de Zenón agonizaba de un flechazo en la nuca...

Cuando dos ideas fijas entran en pugna, lo mejor es hacerse a un lado.

Los grandes males del hombre se derivan de su posición erecta...

El ser humano no proviene del chimpancé, sino el chimpancé del ser humano. ¿Cuánto tiempo tardaremos en evolucionar?

La mejor definición del ser humano concebida hasta hoy —si bien aún incompleta— es la de Jonathan Swift: «animal capaz de razón», aunque excluya a los incapaces.

El humano es el animal inhábil para aceptarse en el mundo, en la vida, como un producto del mundo, y lo transforma para imprimirle las devastadoras huellas de su «identidad».

Podemos medir a los humanos por el grado de adulación que necesitan.

Las consecuencias de los actos de un tonto con iniciativa pueden ser idénticas a las de los actos de una inteligencia maligna.

Entre un violador y un perro en celo, la única diferencia es la posibilidad de nobleza por parte del perro.

La terquedad es el proceso mental por medio del cual convertimos en unidimensional lo multidimensional.

El mejor modo de contrarrestar un chisme es haciéndolo realidad.

A veces es necesario mentir para salvaguardar una verdad. Ejemplo clásico: Galileo.

Tras la decepción, invariablemente vestimos de luto al absoluto que nos habíamos forjado.

Los frutos muy maduros se pudren... ¡Cuidémonos de madurar tanto!

De entre los rasgos humanos, la estupidez es el más identificable.

El amor hace que el creyente se continúe en el otro; lo mismo ocurre en el erotismo y en la embriaguez. Nos perdemos, destruimos, transformamos nuestra identidad; la trascendemos para acceder a la impersonalidad.

Hay hombres que sólo cuando van a orinar se acuerdan de que están enamorados.

El egoísmo es la única enfermedad «saludable».

El SIDA es la reencarnación de Hitler.

En el fondo de lo que llamamos «humildad» y «modestia» se ocultan las más grandes arrogancia y soberbia. El estado que participa de la indiferencia ante el misterio del azar es, en realidad, el más «humilde».

Pregúntate si te caes bien; si la respuesta es afirmativa, corre a mirarte al espejo.

Si es cierto que sólo es definible lo que carece de historia, de movimiento en el tiempo, el ser humano siempre representa lo que cree que es, aunque nunca llegue a serlo de verdad.

Es mejor una auténtica representación que una autenticidad mal representada.

El tiempo enriquece los sentidos. Antes, la calavera servía como símbolo de la muerte; ahora puede ser una radiografía.

Toda culpa es algo así como tenerse miedo a uno mismo.

Lo inhumano es lo humano.

El tiempo termina, sin distinción, burlándose de todos.

Los tanatólogos deberían suicidarse para llegar al grado máximo en sus investigaciones.

Espiritualmente, las religiones liberan a los esclavos, pero esclavizan a los libres.

Dios es un producto más de la literatura universal.

El humano llega a los límites de su soberbia con la idea de un Dios (hecho a su imagen y semejanza).

Cuando Dios dijo: «Creced y multiplicaos» no previó los avances de la medicina...

Escatología católica: el papa en el excusado.

Quizá el rasgo más sobresaliente del Occidente en este segundo milenio «cristiano» sea la esquizofrenia cultural.

Si no se hubiera impuesto el cristianismo y el paganismo hubiese continuado libremente su curso, la historia no hubiera tenido necesidad de inventar el Renacimiento.

Bastaría con que el planeta tuviera dos lunas en lugar de una para que en buena medida todos los mitos y religiones humanos fueran otros.

El eurocentrismo, a fines del siglo XX, es uno de los muchos avatares de la Estupidez.

Así como el creyente tiene fe en la existencia de un Dios, el ateo tiene fe en su inexistencia. Por eso, el ateísmo —contra lo que muchos creen— no deja de ser una creencia.

Los ateos suelen prestarle mayor atención a las religiones que los creyentes. Además de observarlas con mayor imparcialidad, si lo desean —como diría Georges Bataille—, pueden disponer de los estados místicos, aunque éstos no conduzcan a ningún lado.

En el psicoanálisis no nos bautizan, nos edipizan.

El psicólogo profesional casi siempre se convierte en prostituto de la psiqué: le cobra a su cliente para que se acueste.

El complejo de Edipo es dogma de fe en esa religión llamada psicoanálisis. El «sacerdote» que no considere dicha estructura familiar como la estructura familiar, será excomulgado sin piedad de las asociaciones psicoanalíticas.

El gran error del sistema judicial es su deseo de actuar con procedimientos racionales contra lo irracional. «Lo parecido cura a lo parecido», repetía el médico Hahnemann, descubridor de la homeopatía.

Una aberración de los llamados «derechos humanos» es que, al hacer participar al criminal de la justicia, pretenden separarlo de su acción, cuando la experiencia ha demostrado que a menudo los dos fenómenos son inseparables.

Los derechos humanos son un arma de doble filo: suelen transformarse en derechos del inhumano.

Si el gobierno deja la pena de muerte en manos de los criminales, ¿es porque le da pereza legislarla?

Para rendirle homenaje a la paciencia, la burocracia mexicana debe ser tomada con filosofía... estoica.

Lo único que la mayoría de las veces logran cambiar los grandes artistas en la sociedad son los nombres de las calles.

Escuché una vez a un hombre retraído decirle a su pareja: «Yo te salvé del lesbianismo... ¡Ahora tú sálvame de la monogamia!»

La pornografía es el erotismo fuera de contextos.

Los maridos afean a las mujeres.

La única utilidad digna de los periódicos es servir de excusado para gatos (o pericos).

En algunos escritores la forma no es, como diría Roland Barthes, un mecanismo parasitario de la función intelectual, sencillamente porque sus textos carecen de función intelectual.

Alguien dijo que un buen libro vale más que la vida de un imbécil. Sólo a veces tiene razón.

Lo bueno de vivir en un país de analfabetos es que los libros no corren peligro.

¿Hasta qué punto sería válido afirmar que la literatura universal es un círculo vicioso de lugares comunes?

Desde Aristóteles (y seguramente desde antes), los lectores se quejan de que la vida es demasiado corta y de que por eso no hay tiempo para leer tantos libros. Los cristianos nos ahorraron muchas lecturas cuando quemaron bibliotecas enteras y destruyeron completa o parcialmente las obras de autores como Safo, Hipatia o Porfirio (para citar sólo tres).

La canonización y los llamados «cánones» literarios contaminan, restringen y falsean el gusto de los lectores tanto o más que las santificaciones o canonizaciones eclesiásticas lo hacen con el sentimiento de las masas.

La originalidad consiste en no tener competidores.

Están más muertos aquellos que no hacen revivir una obra genial, que el vivo ignorado que la creó antes de morir (lección para los críticos de arte...).

Aceptar grandes puestos administrativos es uno de los posibles síntomas de la muerte del artista.

La buena literatura oculta su calvicie con una peluca.

La realidad siempre ha sido (y siempre será) más fantástica e inverosímil que toda la literatura.

Mensaje a los nominalistas: el hecho de ser eclécticos y escépticos, y de haber nacido en México, nos convierte en personas esencialmente esdrújulas.

Hablar mal de otro es, en cierto sentido, honrarlo, aunque se le encasille con una palabra. Sólo de los abúlicos (o de los enemigos) no se habla.

Mensaje a los abúlicos: «Vivir» es eufemismo de «actuar».

Time is money equivale a Man is money.

¿Identidad o identidades? Se trata de una de esas palabras a las que siempre es necesario agregar un adjetivo: identidad individual, nacional, cultural, ideológica, histórica, religiosa, lingüística, racial, sexual, de género... Si partimos del mundo natural y aparente, la única identidad es la biológica.

El humano, criatura incompleta, en trámite existencial, quizá aún esté por definirse... o constantemente se redefina. No ha existido un concepto satisfactorio de hombre, pese a que todos nos identifiquemos biológicamente.

El otro tiene que ser mi semejante, o yo deseo ser su semejante o quiero que el otro se asemeje a mí. Hay voluntad, deseo; en suma, acto de fe.

El yo, como sujeto de circunstancias, siempre estará incompleto, a pesar de que trate de anquilosarse, como en las dictaduras, en las que el yo político se impone al otro; o en los imperios, donde el yo político considera al otro un enemigo.

El manejo de la identidad colectiva es un arma ideológica.

Las ideologías son intentos de inventar identidades, o para anular, manipular, transformar las ya existentes. La identidad y su reforzamiento es separación y puede llegar a la tiranía, mientras que en la aceptación del otro está implícito que no hay una sola identidad.

Sólo la memoria cohesiona al yo; sólo ella persiste caprichosamente en la identidad del yo y lo coloca como el centro. La memoria establece la continuidad de la identidad y nos asegura en una cultura.

La identidad es fruto de la imaginación, algo con lo que nos separamos del mundo y del otro.

Cuando el humano toma conciencia de su individualidad con respecto a la exterioridad, a la otredad, se presenta la diferenciación. Y cuando ese yo cultural quiere imponerse al otro, entonces la identidad es arma peligrosa.

Políticamente, el mundo occidental cristiano, que siempre ha impuesto sus modelos culturales, no ha reconocido al otro; ha experimentado el horror al otro; ha querido que su identidad prevalezca sobre las demás, mediante la evangelización o la conquista. Ha negado la pluralidad y tratado de reducir el mundo a un solo modelo. Lo mismo ocurre hoy con los modelos económicos. Por ello la identidad es también acto de poder.